LA NUEVA ZONCERA ARGENTINA: “ME VOY A VIVIR AL URUGUAY”

En 1968, Arturo Jauretche publicó el Manual de Zonceras Argentinas, un libro que fue la continuación de Los profetas del odio y la yapa que había publicado en el contexto de la autodenominada Revolución Libertadora, el golpe que derrocó al gobierno constitucional de Juan D. Perón en 1955, y que desató una ola de odio antiperonista.

Con las Zonceras, Jauretche intentó analizar sobre qué se montaba esa campaña del odio, y dijo que era en “aquellos principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia, con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país desde el sentido común”. Dijo que había zonceras de todo tipo: políticas, históricas, geográficas, económicas, culturales. Y agregó que, en general, cada una de esas zonceras tenía un prócer que las respaldaba.

Jauretche sostuvo que la fuerza de las zonceras no está en el arte de la argumentación porque, en verdad, lo excluye. Se expresa el axioma y su eficacia está en que no haya discusión. Ese es el centro de la pedagogía colonialista. La zoncera solo es viable si no se la cuestiona.

Y hoy estamos ante una de esas zonceras: “Me voy a vivir al Uruguay”.  Analicemos a lo Jauretche: ¿Quiénes dicen que se van a vivir al Uruguay? Susana Giménez, Juanita Viale, o gente de ese estilo. Es decir, personas podridas en plata que podrían vivir en cualquier parte, aunque también en la Argentina. Porque Montevideo está considerada entre las ciudades más caras de la región. Y el costo de vida es el doble que el de la Argentina.

Otra razón sería que en Uruguay hay seguridad. Digamos que Uruguay ocupó el cuarto puesto en América del Sur por su número de homicidios, detrás de Venezuela, Brasil y Colombia. Una tasa de 11,8 cada cien mil habitantes.

Por último, el Uruguay es un país de tres millones de habitantes, la misma población de hace treinta años. ¿Qué pasa? ¿No nace ni se muerte gente en el Uruguay? No, sucede que hay más de medio millón de uruguayos viviendo fuera del Uruguay, muchos de ellos en Argentina.

Flor de zoncera entonces, los uruguayos se siguen yendo del Uruguay, pero los argentinos, una vez instalado el gobierno de Alberto Fernández, se quieren ir a vivir al Uruguay.

¿Qué hay detrás de esto? Una vieja costumbre argentina de cierto sector social, ligado casi siempre a lo antipopular, que ha usado al Uruguay como sitio de conspiración: de la época de Juan Manuel de Rosas hasta el antiperonismo desde los primeros gobiernos de Perón.

La Comisión Argentina, como se llamaba el grupo formado por los exiliados en tiempos de Rosas, fue la que conspiró en contra de su gobierno. Esos argentinos exiliados en el Uruguay fueron los que se subieron a los barcos mercantes ingleses, que venían detrás de los buques de guerra que invadieron el territorio de la Confederación en 1845, cuando se produjo la guerra del Paraná a la que recordamos por la Vuelta de Obligado, batalla perdida en las armas, pero ganada en soberanía. No pudieron desembarcar de los buques mercantes y vender sus mercancías porque el pueblo los espantaba desde las orillas del Paraná.

También fue desde el Uruguay donde se conformó el llamado Ejército Grande de Justo José de Urquiza que derrocó a Rosas en 1852, en combinación con las fuerzas del Brasil y el Imperio Británico. ¿Cuál fue la excusa para formar ese ejército? Que había que obligar a la Confederación a que declarara la libre navegación de los ríos interiores. ¿Para quién era esa libre navegación? Para los ingleses y franceses, porque los argentinos los navegaban libremente.

Y ¿quién fue el favorecido de esa lucha? ¿Argentina? ¿Uruguay? ¿Brasil? No, fue el Imperio Británico, el mismo que inventó el Uruguay. Porque hasta que antes de que el Uruguay fuera independiente, la Banda Oriental era una provincia como Entre Ríos, Santa Fe o Buenos Aires. Desde 1816, cuando Brasil invadió la Banda Oriental y se anexó el territorio al que llamó Provincia Cisplatina, las provincias del Río de la Plata lucharon para recuperarlo.  En 1820, José Gervasio Artigas, protector de esas tierras, fue vencido en la batalla de Tacuarembó y se exilió en el Paraguay. Pero los Treinta y Tres Orientales, liderados por Juan Antonio Lavalleja, recuperaron la Banda Oriental. Entonces, en 1825, Brasil declaró la guerra, fue vencido en la batalla de Ituzaingó, pero Bernardino Rivadavia a la hora de firmar el acuerdo de paz terminó cediendo la Banda Oriental al Brasil. Esto le valió la renuncia a la presidencia de la Nación.

Se cayó el poder nacional y cada provincia retomó su autonomía. Manuel Dorrego fue elegido gobernador de Buenos Aires, intentó seguir la guerra con el Brasil por la Banda Oriental, pero el Banco Nacional, constituido por Rivadavia y manejado por los capitalistas ingleses, le negaron el financiamiento. Dorrego no tuvo más remedio que terminar el conflicto accediendo a que la Banda Oriental fuera independiente. Después, los mismos unitarios que lo habían forzado a eso, lo fusilaron por esa misma causa.

Y ahí nació el Uruguay, un invento de Inglaterra, que siempre se había propuesto que la Banda Oriental no fuese argentina ni brasilera, sino el apostadero comercial y naval que le permitiera al Imperio Británico dominar los territorios mediterráneos a través de sus bocas marítimas de salida al mercado mundial desde el Río de la Plata.

Asegura Jauretche que antes de que se inventara el Uruguay, había dos clases de orientales en la Banda Oriental: los provincianos de una de las provincias Unidas del Río de la Plata, que eran los peones, estancieros, soldados, chacareros, caudillos y artesanos que creían que el Río de la Plata era para unir. Y estaban los Cisplatinos, que eran provincianos del Brasil, en su mayoría comerciantes del puerto y doctores de Montevideo que creían que el Río de la Plata servía para separar. Por esta razón, los orientales de las provincias del Río de la Plata se llamaban Gervasio, Nepomuceno, Aparicio, etc., y  los Cisplatinos “se llamaban Washington, Nelson y así”.

Cuando muchos años después, durante los primeros gobiernos de Perón, se conspiró en contra de ese gobierno democrático y popular, otra vez el Uruguay fue el sitio de refugio de los golpistas. En 1955, ahí fueron a parar los aviones que bombardearon a la población civil en la Plaza de Mayo.

Por eso, como decía Jauretche, no sea zonzo, no sea zonza. Los que ahora dicen que se van a vivir al Uruguay pueden vivir en cualquier parte porque tienen mucha plata. Aunque habría que pensar también en lo conspirativo y en esa vieja campaña denigratoria de que lo de afuera es mejor que lo de acá, y que es hija de otra zoncera, según Jauretche, la madre de todas las zonceras, que es Civilización o Barbarie: la barbarie está acá, la civilización siempre está afuera, en general en Europa o Estados Unidos, aunque también puede ser el Uruguay si lo gobierna Luis Lacalle Pou. Aunque, ojo al piojo, que el Frente Amplio le viene mordiendo los talones.

Fuentes:

  • Jauretche, Arturo. Manual de zonceras argentinas. Editorial Corregidor. Bs. As. 2013.
  • Imagen: Telesur

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